1929 mayo 15 accidente del «Chocó»

Accidente del «Chocó» en Girardot.

MAYO 15, 1929
Publicado en las ediciones del 16 y el 18 de mayo de 1929

Junkers F.13 «Chocó»

El accidente en Girardo:

El día miércoles 15 de mayo de 1929 durante la operación de despegue en el rio Magdalena en la población de Girardot, el Junkers F.13 bautizado con el nombre de «Chocó» de la compañía SCADTA, sufrió un grave daño al rompérsele uno de los flotadores que cercenado al ser alcanzado por la hélice, dejando el hidroavión a merced de las corrientes del rio Magdalena y a punto de sumergirse.
A continuación transcribimos el relato de uno de los sobrevivientes, dos días después del accidente en que murió ahogado uno de los pasajeros.

EL TIEMPO, Sábado, Mayo 18 – 1929 

 

EL DRAMÁTICO HUNDIMIENTO DEL HIDROAVIÓN ‘CHOCÓ’

UN SALVAMENTO MILAGROSO

El señor Rampoll, uno de los sobrevivientes, hace para EL TIEMPO un sensacional relato de todos los incidentes.

En el tren de anoche llegó a esta ciudad, procedente de Girardot, el joven alemán señor Rampoll, uno de los náufragos sobrevivientes del avión «Chocó». Uno de nuestros redactores obtuvo de él la siguiente sensacional relación de todos los incidentes que rodearon y siguieron al siniestro en que perdió la vida el estimable caballero señor Juan de J. Gutiérrez. El relato del señor Rampoll esté lleno de los más interesantes detalles y muestra como el resto de los pasajeros del avión y los mismos pilotos se salvaron milagrosamente de una muerte casi segura.
Encontramos al señor Rampoll en su habitación del Hotel Ritz, en compañía de una media docena de alegres muchachos de nacionalidad americana. El señor Rampoll tiene próximamente 25 años. Al hacernos la relación de las peripecias que le tocó sufrir parece como si relatara con cierto entusiasmo una verdadera hazaña deportiva. El viaje que le tocó hacer de Girardot a Bogotá parece como si ni siquiera le hubiera causado cansancio y rebela la exuberancia de vida y de alegría, que nadie pudiera decir que acaba de librarse milagrosamente de una muerte segura. Nuestra visita la recibió con amable gentileza y la conversación inmediatamente versó sobre el siniestro del avión «Chocó».
—Las relaciones que dan los diarios carecen de algunos detalles que yo tengo mucho gusto en suministrarlas. Ustedes sabrán dispensar el mal castellano que hablo y la dificultad con que me hago entender. 

 

Los pasajeros del avión
A eso de las tres y media o poco más nos embarcamos en el avión “Chocó” llevando todos la mayor seguridad en el viaje. Terminados los preparativos preliminares la máquina principió a deslizarse a lo largo del rio. Al llegar al puente iba a verificarse la ascensión, cuando avistamos el vapor «Chicamocha» que subía, y tras de una rápida consulta de los pilotos entre si convinieron en que no había espacio ni tiempo para hacer la ascensión sin peligro. En consecuencia determinaron dirigir la máquina hacia una playa que hay en la ribera izquierda del río y esperar a que pasara el vapor. La operación se hizo con toda regularidad y precisión. Anclamos y yo tuve tiempo de descender de la cabina y tomar algunas vistas de las personas que había en la playa.

El oleaje no fue la causa del siniestro
Cuando el vapor estaba ya en el puerto donde debía anclar y se preparaba a verificar estas maniobras, y cuando ya las aguas del rio estaban perfectamente quietas y no había el menor riesgo porque el más mínimo oleaje se había acabado, los pilotos determinaron emprender de nuevo el viaje. Al efecto se inició la operación como es común y corriente para verificar la ascensión. Cuando ésta iba a realizarse ya por segunda vez, notamos que los pequeños saltos que daba la máquina al desprenderse del agua era más fuertes que de ordinario. Y era de ver la habilidad de los conductores del avión, que apagaban y encendía con una rapidez increíble el motor, según los manifestaciones de que hablo. Uno de esos golpes contra el agua determinó que el flotador se doblara y la hélice del hidroavión, al chocar contra dicho flotador, se partiera en dos pedazos, exactamente como cuando se corta una tajada de queso. Esto determinó que la nave comenzara a hundirse de la parte delantera y de un lado. Inmediatamente que vimos esto, yo que estaba al lado de la puerta de la cabina y uno de los pilotos, ya apagado el motor, nos subimos sobre el ala contraria al lado en que se estaba hundiendo con el objeto de establecer equilibrio. El avión trató de ponerse en posición normal, pero en breves momentos volvió a hundirse. El resto de los pasajeros, que vieron también el peligro, se salieron de la cabina y se colocaron del lado contrario al que estaba hundido en el agua. Así anduvimos un buen espacio llevados por la corriente y la máquina siempre hundiéndose de cabeza, en medio de la angustia y la desesperación ele los pasajeros.

El momento fatal
Hubo un momento en que el peso de la máquina y el del agua que le había entrado hicieron que ésta diera por completo el volantín y esto determinó que el señor Gutiérrez y yo que nos encontrábamos muy cerca el uno del otro, cayéramos al agua. Yo, como buen nadador, me di a ganar inmediatamente la orilla más cercana, luchando, como era natural, contra la corriente. El señor Gutiérrez, que era también un excelente nadador, me siguió muy de cerca, y ambos íbamos muy bien, pero a poco comprendimos que era muy difícil ganar la orilla, que todavía quedaba muy distante y que nada ganaríamos con llegar a ella, porque no había playa, sino que la ribera estaba formada por empinadas rocas, en donde era muy difícil que nadie se pudiera agarrar. Este momento para mi fue de mucha angustia, porque estaba ya algo cansado, pero viendo que la máquina iba a la deriva, flotando entre las aguas y a no mucha velocidad, pensé que siguiendo el curso de la corriente podría muy bien alcanzarla, porque la máquina marcharía a menor velocidad, simplemente flotando que yo nadando, e impulsado por la corriente. Entonces torcí la ruta que llevaba, di media vuelta y le grité a mi compañero que alcanzáramos la máquina.
El señor Gutiérrez comprendió la maniobra y siguió mi consejo. Así íbamos muy bien. Pero como yo nado bastante bien, alcancé a adelantarme cerca de veinte metros al señor Gutiérrez, quien, sin embargo, venía nadando detrás de mí perfectamente y sin que diera demostraciones de cansancio. De pronto, cuando ya estábamos relativamente a corta distancia del avión, oí un grito detrás, que dijo: «Me ahogo!» Volví a mirar y vi que el señor Gutiérrez venia nadando. Le animé a que hiciera un esfuerzo para alcanzar la máquina en donde podríamos tomar descanso agarrándonos a las alas u a otra parte cualquiera y aun pretendí devolverme para ayudarle, pero comprendí que sería imposible y con buen acuerdo decidí por alcanzar el avión. Unos pocos metros más adelante, cuando yo ya muy cansado llegué al hidroavión y tomé seguridad, pude volver a mirar y me encontré con que el señor Gutiérrez ya no venía tras de mí. Había desaparecido tragado por el agua.

Cómo se salvaron los otros pasajeros
Inmediatamente que estuve en salvo, mi primer cuidado fue el de dar cuenta a los pilotos de lo que posiblemente le había ocurrido al señor Gutiérrez, a fin de ver la manera de no alarmar a los demás pasajeros. Estos, afortunadamente, aun cuando con mucha angustia, iban seguros hasta donde es posible.
Según supe después, cuando la máquina dio el bote, la señora del señor Pardo Dávila, que llevaba en brazos a su hijito de dos años de edad, cayó al agua, yéndose de para atrás. Uno de los pilotos que estaba sobre la misma ala en donde se había colocado para hacer que la máquina guardara el mayor equilibrio posible, también cayó. La señora, afortunadamente, cayó en brazos del piloto, con su hijito, que no quiso abandonar ni soltar un solo instante. El piloto, que es un habilísimo nadador, pudo coger a la señora y asegurarla, mientras con la otra mano se asió fuertemente a un pedazo de tronco y así continuó también a la deriva, mientras la misma corriente los llevó cerca de la máquina y el piloto se agarró a la máquina flotante. Es de notar tanto el valor y pericia del piloto, como la serenidad de la señora, que fue lo único que pudo salvarlos en semejante trance.
Cuento al señor Pardo, la manera como se salvó, él que era quizá uno de los más impresionados especialmente por la suerte que hubiera podido correr los suyos, fue sencillamente providencial. Cuando los pilotos notaron el daño que tenía la nave, uno de sus primeros cuidados fue botar el ancla para ver si podían sujetar el hidroavión. La corriente era en aquella parte muy fuerte y por esta razón el cable del ancla se reventó. Al momento de caer al agua el señor Pardo, se asió al pedazo de cable que quedaba y en esta forma pudo seguir, como nosotros, el curso de la corriente.

Una canoa salvadora
Mientras tanto, una canoa particular de algunos pescadores qua presenciaron el siniestro, corrieron detrás de nosotros y nos dieron alcance como unos cuatro kilómetros adelante de Girardot y del puente. Inmediatamente se dispuso que la familia del señor Pardo se embarcara allí, y yo con ellos. Los pilotos prefirieron seguir flotando con la nave rio abajo hasta ver cuál era la suerte del avión, que no quisieron abandonar a pesar de nuestras instancias.
En el lugar en donde los náufragos tomamos la canoa pudimos divisar una playa a corta distancia en la ribera del río, que pertenece al departamento de Cundinamarca, y hacia ese lado hicimos encaminar la embarcación. Su conductor nos proponía que subiéramos en ella el río hasta Girardot, lo que haría en el curso de hora y media, pero el señor Pardo estaba muy nervioso y prefirió que ganáramos la orilla, y así se hizo. Estábamos allí discurriendo sobre lo que debíamos hacer cuando un hombrecito nos gritó de la orilla opuesta que atravesáramos el río en la canoa para llegar allá y él nos conduciría por un camino corto muy pronto a Flandes. Lo hicimos en esa forma y allí pudo cambiarse el señor Pardo algunas prendas de vestir y todos, caminando a pie durante algo más de una hora, pudimos llegar a Flandes, en donde fue fácil tomar una máquina que nos condujo al hotel.
El salvamento de los pilotos
Los pilotos del «Chocó» habían seguido sobre la máquina llevando el curso del río. Cuando llegó a Girardot el hidroavión que venía de la Costa no nos pudo divisar. En los hangares supo la desgracia que habla ocurrido y llenando la máquina nuevamente de gasolina emprendió la búsqueda a lo largo del rio, volando muy bajito. Pero como ésta iba bastante consumida no alcanzó a divisarla. Nosotros pudimos verla que iba bastante despacio y a corta altura, pero ellos no nos divisaron. Por lo que después supe, al avión lo recogió bastante más abajo el vapor «Urabá», que lo trajo a remolque nuevamente al hangar. Naturalmente, toda la cola horriblemente destrozada y la máquina inservible, a causa de los golpes de la corriente.
Me parece que sería de elemental justicia anotar el valor y la sangre fría, la serenidad de los pilotos del «Chocó», esa disciplina militar, que a semejanza de los capitanes de grandes barcos trasatlánticos, prefieren seguir la suerte de sus embarcaciones antes que verlas perdidas y salvarse ellos.
Hemos conversado cerca de una hora con el simpático sobreviviente de este lamentable siniestro que justamente ha causado consternación en el público, y nos despedimos felicitándolo por haber salido tan bien librado de semejante emergencia. Nuestro interlocutor sonríe amablemente y parece muy contento, tan contento como después de haber ganado un buen campeonato en cualquier sport arriesgado.

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